Ciudad Eterna. Metanoia
Viajar a Roma es cambiar y saber que ya nunca se podrá volver de ella
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Vicente Aleixandre - Ciudad del Paraíso
Fue entre tus marmóreas alas de fénix renacido
una tarde de febrero. Incluso dos, o quizás cuatro,
junto a ese fresco azul y sus volúmenes opuestos,
los árboles del parque y las fuentes de la plaza.
¡En ti aprendí a gustar entre las voces del tumulto
las gotas de rocío acariciando el Tíber!
Ciudad de los escudos y las gentes, ciudad redonda,
denso matorral de la naturaleza humana,
la martensita en ritmo hiere al alabstro
y la sangre terminal de las fachadas arrugadas
alimenta con relieve las bóvedas celestes.
¡En ti aprendí a reír, bendita decadencia,
quien muere sin bailar nunca ha vivido!
Ciudad orgánica, abierta y replegada
ciudad sin ley porque las hizo todas,
y con luz de la mañana en pasadizos subterráneos
so la piedra de su padre y una rosa de madera,
un hijo duerme.
¡En ti aprendí tejer con hilos de calzada
un grupo de pies, hermosos de mensajero!
Bullicio en los pilares y benditas losas móviles,
autenticidad y caos, ¿no son acaso uno?.
Al fin estratos fuera, desnudo y desvalido,
un ovalado abrazo, y allende las murallas,
el arte bizantino junto al tiempo y el espacio.
¡Y en ti aprendí a vivir, y de ahí nunca me he ido
y no tiro moneda porque se
que eres Ciudad Eterna, ya nunca jamás muerta!
Foto de la página cortesía de Paula García Mateos - @paula10mac - @uandbplaces
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